Pequeña reflexión en voz alta

La semana pasada mis alumnos tuvieron el placer de disfrutar de su primer encuentro con el Aula de Canto de la Escuela de Música y Danza de Valsequillo (pincha aquí para ver la galería de fotos). Un evento que organizamos la cantante y profesora Silvia Pileño y un servidor con el mayor de los cariños e ilusión.
¿Que el por qué de este encuentro? Y yo me digo: ¿Y por qué no? La idea parte de esa costumbre que tengo de intentar ofrecer, en la medida de lo posible, todo aquello que me hubiese gustado haber vivido a mí como alumno. Dar las cosas que viví pero, sobretodo, intentar hacer realidad las que no. Y yo viví muchos cursos, pero no este tipo de convivencias tan intensas y con dos profesores trabajando codo con codo a la vez.
Cuando yo estudiaba en el conservatorio de mi ciudad, una de las primeras cosas que aprendí fue, por desgracia, la enorme rivalidad existente entre los maestros de canto del centro. Me daba muchísima tristeza entender que era parte de una guerra que los alumnos no deberíamos sufrir y en cambio éramos siempre nosotros los máximos perjudicados. No existía una convivencia real entre todos en busca del bien común que, en este caso, debería ser siempre que el alumno aprenda y avance; sin embargo, la tendencia habitual era rociar con tu miedo profesional la ilusión del cantante que empieza echando por tierra el trabajo de otro compañero solo por ser alumno de otro profesor. Fue entonces, cuando empecé a rebelarme contra este tipo de comportamientos y me dije a mí mismo de que eso no lo quería para mí. Y lo que no quiero para mí, no lo quiero para nadie.
Llevo poco tiempo enseñando, y en este relativo corto período lo que he aprendido es que hay que hacerlo con grandes dosis de amor, instruir con conocimiento, dar la libertad personal de pensamiento y, sobretodo, facilitar la coexistencia con los demás. Sin el primero estamos perdidos en un oficio tan absorbente emocionalmente hablando. La libertad y coexistencia, son los pilares en los que se basa este encuentro: Libertad, porque el alumno no es de mi propiedad, no me pertenece, y de la misma manera que yo probaba a profesores nuevos, les doy la oportunidad de acercarles hasta la puerta de su casa la visión de otras voces y maneras de enseñar. Y en la coexistencia está la base para crear una comunidad sana, que acepta otras maneras de pensar y aprovecha de ellas lo que les interesa, construyendo su propia percepción de la voz y la técnica.
Convivir con más cantantes próximos y alejados en edades, estilos, gustos, inquietudes y necesidades vocales les ha ayudado a conocer gente nueva, establecer en algunos casos vínculos que ojalá les sea difíciles de romper gracias a la música. Y es que a veces, solo por el hecho de que los más jóvenes (y los no tan jóvenes) crezcan en el mundo del canto haciendo amigos, vale para mí más que cualquier otra cosa que les pudiese enseñar, porque habrán aprendido a establecer relaciones sanas con otros compañeros que comparten lo que tanto les gusta hacer y a no establecer rivalidades dañinas que podrían enturbiar la percepción injusta que se pueda tener hacia otros compañeros.
Quizás sea un soñador, una persona que vive en una utopía constante de idealización de su percepción de la vida. Pero la realidad de este encuentro, me ha servido para comprobar con mis propios sentidos de que esto es posible. La prueba la tengo en mis propios alumnos, en cómo salieron de la escuela al finalizar el día, que se les hizo corto, en que no notaron mucho el paso del tiempo pero que, sobretodo, disfrutaron muchísimo. La verdad es que yo también disfruté, me divertí como un niño chico como siempre. Así que, al final, no creo que fuese tan mala idea, al contrario, esto me sirve para ser aún más fiel a mi modo de pensar porque, a fin de cuentas, desde el principio de nuestro viaje hasta que dejamos de existir, habrán sido nuestras ideas y nuestra capacidad de enamorarnos de ellas los que definan nuestro paso por este mundo.
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